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Los turnos de noche de Diego en la gasolinera 24 horas solían ser tranquilos. Unos cuantos camioneros de paso, unos universitarios cansados tomando bebidas energéticas y algún que otro turista confundido preguntando por direcciones. Nada fuera de lo común. Pero en la séptima noche de su nuevo horario, las cosas se pusieron raras.

Exactamente a las 2:17 de la mañana, un sedán azul oxidado llegó al estacionamiento. El conductor no se bajó, se quedó allí sentado mirando fijamente a Diego a través del cristal durante unos segundos, y luego se marchó. Fue extraño, pero no intimidante, al principio.

Cuando volvió a ocurrir la noche siguiente, y la siguiente, Diego empezó a sentirse incómodo. El tipo no hacía nada, solo observaba, como si esperará algo, o a alguien.

Diego le contó a su supervisor, quién apenas levantó la vista de su vieja computadora. "La gente es rara", murmuró, escribiendo con una mano mientras tomaba un sorbo de café de gasolinera.

Aún así, Diego no podía quitárselo de encima. El rostro del hombre le resultaba familiar, aunque no lo reconocía. La cuarta noche, Diego finalmente salió a preguntar que pasaba. Pero el sedán ya había desaparecido.

Mas tarde ese mismo turno, mientras sacaba la basura, Diego vio algo detrás de la maquina de hielo. Un sobre blanco. Su nombre estaba escrito en el frente con letras mayúsculas y pulcras.

Diego, primeramente, se sobresaltó, sus nervios empezaron a escalar lentamente pero de forma constante y, tuvo miedo, sí, por primera vez tuvo miedo, a pesar de que era un tipo fuerte y musculoso... tuvo miedo.

Se acercó tímidamente y cogió el sobre, el cual tenía un ligero olor a pizza, pizza de mala calidad cabe destacar. Miró a su alrededor, sentía que desde algún punto seguía siendo observado por el hombre del sedán, pero no vio nada extraño, entonces, abrió el sobre, el cual contenía un pequeño trozo de papel que rezaba las siguientes palabras: "Es hora de saldar deudas".

En ese momento Diego supo que las cosas andaban mal, mientras se apresuraba a ir adentro escuchó un fuerte grito que venía de la oficina del supervisor. Corrió rápidamente, y al llegar miró a Pepe (el supervisor) tirado sobre un gran charco de sangre y con un cuchillo enterrado en su estómago.

Se acercó y se percató de que ¡Era su cuchillo!, el cual utilizaba normalmente para preparar algunas comidas nocturnas en la gasolinera.

Intentó ayudar a Pepe, sacando el cuchillo de su barriga, pero ya era tarde, estaba muerto y él con las manos manchadas de sangre, por suerte habían testigos en el local.

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Cuatro universitarios estudiantes de ingeniería y par de viejos gandoleros miraban perplejos la escena desde la puerta de la oficina. Al principio Diego pensó que podía haber sido alguno de ellos el que cometió el crimen; pero luego, al mirar sus caras llenas de pavor e incredulidad se dió cuenta que eran inocentes. Además, no existía la posibilidad de que hubieran salido de la oficina tan velozmente.

A los pocos minutos llegó una patrulla de la policía del condado, empezaron a realizar algunas preguntas mientras esperaban por los detectives e investigadores expertos. Diego no daba crédito a lo que estaba sucediendo, siempre el trabajo en la gasolinera había sido tan tranquilo y monótono, y de un momento a otro se encontraba en una situación tan comprometedora: ¡Un asesinato adentro del local!, sencillamente, Diego no daba crédito a lo sucedido.

Al llegar los oficiales, se llevaron detenidos a todos los presentes para realizar un profundo interrogatorio.

Todos los hombres presentes testificaron y salieron de la oficina del sheriff al no encontrar culpabilidad en ellos. Diego era el principal sospechoso, el único trabajador presente en el momento, y además la única persona que conocía a Pepe.

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Diego contó todo lo que sabía a los oficiales, sobre los momentos incómodos de los últimos días, sobre el sedán y el tipo misterioso y además comentó lo del sobre con su nombre, y el mensaje que contenía.

El sheriff estaba convencido de la inocencia de Diego, por lo que lo deja en libertad (siempre que colabore con la investigación).

Al día siguiente, Diego volvió a la gasolinera, le tocaba cumplir el turno 24 horas. Esta vez estaría atento, daría con la caza del asesino, para Diego no había dudas de que el hombre del sedán estaba detrás de todo esto.

A las 2:17am, el viejo sedán volvió al lugar, pero esta vez el hombre se bajó del auto y entró a la gasolinera. Estupefacto, Diego lo miró pero no se atrevió a dirigirle palabra. El hombre entró, pidió unos cigarrillos y se sentó en las mesas un instante antes de dirigirse hacia la oficina del supervisor, en la cual entró sin titubeos.
Diego se armó de valor y lo siguió, armado con un cuchillo por si debía defenderse.

Al entrar se encuentra con el hombre del sedán sentado en el puesto de Pepe, muy cómodo, fumando un cigarrillo.

"¿Fuiste tú, cierto?, ¿Quién eres y porqué asesinaste a Pepe?", preguntó Diego; a lo que el hombre contestó: "No, yo no fui, fuiste tú, el 17 de Febrero de hace 20 años".

"¿Qué? No entiendo nada", prosiguió Diego, perplejo ante la situación. "Si, fuiste tú, le arruinaste la vida" sentenció el viejo hombre mientras Diego sentía un puñal atravesando su espalda, malherido volteó y miró a un hombre a quién reconoció al instante, ¡Era José! Aquel pequeño niño que estudió con él en la escuela primaria. Un joven muy introvertido, que amaba la pizza y también a Anahí, la niña más bonita de la clase, al que Diego se cansó de molestar y hacer quedar en ridículo frente a sus amigos y a la niña Anahí; hasta tal punto que aquel introvertido niño abandonó la escuela.

Diego pudo darse cuenta del mal que le había hecho a José, pero ya era demasiado tarde, la vida de José había terminado hace 20 años, y la de Diego estaba por terminar, aunque tuvo algo de tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones.

Invito a los amigos @robertorrivas, @solperez y @crismenia a unirse a la dinámica.

Gracias por leerme.

Saludos.