En una soleada mañana, Sofía se dirigió a su playa favorita, como hacía cada fin de semana. Le gustaba llegar temprano para disfrutar de la paz del mar antes de que llegaran los turistas. Caminaba descalza por la arena, dejando que las olas susurrantes le mojaran los pies.
De repente, notó algo inusual. A pocos pasos, sobre la arena húmeda y dorada, había un grupo de pequeñas esferas translúcidas que brillaban bajo el sol. Se agachó para observarlas más de cerca y descubrió que eran pequeños huevos, como perlas delicadas y resbaladizas.
Curiosa, recogió uno entre sus dedos y lo sostuvo a la luz. Dentro, se distinguía una diminuta figura enroscada, que latía suavemente. Había escuchado rumores sobre huevos de caracol marino, pero nunca había visto uno en persona.
De pronto, un hombre mayor con barba blanca y sombrero de paja, que paseaba por la orilla, se le acercó.
—Veo que has encontrado los huevos —dijo, con una sonrisa cálida—. Los caracoles de mar suelen dejarlos en la orilla en esta época del año.
Sofía lo miró con los ojos muy abiertos. —¿Son caracoles? —preguntó fascinada.
—Así es. En unas semanas, si las olas no se los llevan, esos huevos eclosionarán y las crías se arrastrarán al mar para empezar su vida. Es un ciclo precioso, aunque no todos logran sobrevivir.
Intrigada, Sofía decidió pasar el resto de la mañana junto al anciano, quien le contó historias sobre los misterios del océano. Le habló de las corrientes que llevaban los huevos a la orilla y de cómo algunos caracoles ponían sus huevos allí para protegerlos de los depredadores.
Antes de despedirse, el hombre le dio un consejo: —Si alguna vez quieres ayudar a los caracoles, llévalos a una parte de la playa donde las olas no los alcancen tan rápido. Así tendrán una mejor oportunidad de nacer.
Sofía pasó los siguientes días observando los huevos y cuidando de ellos. Se aseguró de trasladar algunos a zonas más seguras, lejos del oleaje. Finalmente, una mañana, fue testigo de algo asombroso: pequeños caracoles emergieron de las diminutas esferas y, con sus cuerpos aún frágiles, se arrastraron lentamente hacia el agua.
Mientras veía cómo las crías desaparecían en las olas, Sofía sintió una profunda conexión con la naturaleza. Supo que había sido parte de algo único: la promesa de nuevas vidas comenzando su viaje en el vasto océano.
Y desde entonces, cada vez que caminaba por la playa, buscaba los pequeños huevos que los caracoles dejaban atrás, para darles la oportunidad de un nuevo comienzo.
Holii, amigo.
Desde que leo tus publicaciones veo que tienes bastante vocación a la hora de redactar y como puedes crear una historia, a través de imágenes.
Éxitos y bendiciones para ti.
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Hola, gracias por compartir tu contenido con nosotros. Saludos
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