A veces, no se necesita una gran reunión para encender la parrilla.
Hoy decidí darme un gusto. Fui al mercado, elegí dos buenos cortes y prendí el fuego.
No había música fuerte, ni charlas cruzadas, solo el chisporroteo del carbón y el aroma de la carne dorándose lentamente.
La primera imagen es el inicio —la carne cruda, roja, con promesa de sabor.
La segunda, la recompensa —ese punto perfecto en que la grasa cruje y el dorado te hace agua la boca.
Comí solo.
Pero no me sentí solo.
A veces, el silencio también se disfruta con cuchillo y tenedor.